Cine uruguayo para pedir más

Se estrena El Viñedo

Jaime Secco

«Una película que pueda repetirse.» Esa era la aspiración de Schroeder. Y, efectivamente, va a ser una película que recaudará lo suficiente para que se pueda pensar en filmar otra. Porque es una película que entretiene.

El director sabe lo suficiente de cine y tiene la suficiente creatividad como para poder soñar toda clase de experimentos formales. Pero no quiso hacer, digamos, El dirigible: una película seleccionada para Cannes, pero que de antemano se sabía que no iba a atraer público y por ende que su director no iba a poder filmar otra. La apuesta de Schroeder es crear la base de una industria sustentable. Pero una industria no se construye con cine malo. Que también hubo en Uruguay quien creyó que contar historias triviales era la clave de la popularidad. El viñedo logra evitar otro peligro del cine nacional, que es el artesanado y las carencias técnicas. Inevitables para la mayoría de las producciones anteriores, que más que cine independiente eran muestra de cine amateur. Y lo evita no sólo porque supo reunir el dinero, sino sobre todo por la experiencia de Schroeder, por el equipo con el que se rodeó –no sólo para los rubros técnicos, también para la dirección de actores– y por el cuidado con que planificó su trabajo. Quizá lo más prodigioso de esta película es que fue rodada en sólo 15 días. Una proeza que Hollywood valora pero que pocos de sus directores pueden igualar.

Una historia

La historia que se cuenta, se sabe, está emparentada con el asesinato del joven Miguel Ritto, cometido por un viñatero de apellido Bruzzone. Pero los guionistas (Schroeder y Pablo Vierci) fueron lo suficientemente hábiles como para desplazar el centro de interés hacia un personaje exterior a ese drama. No habría suspenso alguno en narrar un crimen ya aclarado.

Un periodista tiene problemas y celos en el trabajo y no se anima a profundizar una relación afectiva. Algo lo impulsa a involucrarse afectivamente en el caso de un raterito al que se habría tendido «una cama» para encubrir una organización de tráfico de drogas, que resulta hermano del joven que luego desaparece en el viñedo.

El periodista también tuvo un hermano. Y hasta que no resuelva este caso, su vida seguirá trancada. Es ese mito del hermano ausente, el que le da peso universal a esta policial pensada en primer momento como telefilme. Seguramente el que hizo «sangrar» al director y lo apartó de la tentación de la trivialidad.

La historia roza, también, infinidad de problemas de nuestra realidad: corrupción policial, diferencias sociales, justicia por mano propia. Y muestra a un hermoso Montevideo sin caer en la toma turística de la Rambla.

Es cine uruguayo porque cada uno de los detalles nos refleja. Y de eso se trata si se quiere iniciar una industria audiovisual nacional

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