El espíritu sigue vivo

Se cumplen cincuenta años del festival de Woodstock

15, 16, 17 de agosto de 1969, tres días de música, paz y amor.

Jimi Hendrix en Woodstock.
Jimi Hendrix en Woodstock.

Jack Kerouac, uno de los líderes de la Beat Generation, el movimiento artístico-filosófico que precedió al Flower Power clamaba “¡Quiero que Dios me muestre su rostro!”. Comenzaba entonces a gestarse la negación del Dios escondido en las escrituras de Isaías. El dios de los hippies será universal e interior, una totalidad de amor, verdad y genio.

Algo más tarde, Timothy Leary, un desaliñado profesor de psicología afirmaba haber tomado contacto con ese dios mientras ingería copiosas dosis de hongos alucinógenos provenientes de México. Leary seguía así las huellas del novelista Aldous Huxley.

A su vez, Allen Ginsberg afirmaba que “el ácido lisérgico (LSD) no es otra cosa que un catalizador de vivencias humanas y perfectamente naturales”. “El problema no es el uso de alucinógenos como el LSD” proclamaba el movimiento hippie, sino las píldoras, las anfetaminas, los barbitúricos… todos los somníferos que hunden a la humanidad en una especie de atontamiento, al igual que el alcohol y la cocaína.

Estados Unidos, década del 60. Los jóvenes hippies buscan a dios/amor a través del consumo de alucinógenos en una sociedad saturada por la violencia, el racismo, la discriminación. Buscan con su actitud hacer renacer la ternura en el corazón de los seres humanos. Quieren jardines y no campos de batalla. “Golpead a quien se opone con amor y flores”, expresaban en sus manifiestos.

Norte – Sur

En América Latina, América del Sur, la realidad es otra: la corrupción del sistema es el mismo, pero los pueblos y -de ellos- los jóvenes, encuentran y transitan senderos diferentes. Crujen las estructuras que mantienen un sistema social injusto. En el Norte desarrollado y en el Sur empobrecido, ante una sociedad violenta y tecnócrata, la cuestión es la misma: rebelarse y cambiar o asimilarse y jugar el juego. Se trata pues de situarse al margen del sistema. Escapar fue la respuesta de los hippies. Escaparse del sistema y crear sus propias reglas de juego. Asimilarse es morir. La victoria está en perseverar hasta el final, pero para Woodstock aún no era tiempo. Todavía la máquina era demasiado poderosa.

En agosto de 1969 medio millón de personas se reunían en las cercanías de Bethel, un pequeño pueblo que sería testigo de un festival musical que quedaría registrado en la historia como “Woodstook, tres días de música, paz y amor”. Ese fue en realidad el último intento de un grupo de “diferentes” norteamericanos que anhelaban vivir en otra realidad, en una sociedad fundada en la paz y el amor.

La magia del peyote y el canabis se instaló en una isla rigurosamente vigilada. No había demasiados guardias pero los satélites espías observaban desde fuera de la atmósfera. Richie Havens cantaba “Freedom”, Joe Cocker “Con una pequeña ayuda de mis amigos” de Lennon y McCartney, los Who recreaban “Tommy”, Jimmy Hendrix proclamaba el apocalipsis con su guitarra distorsionando el himno nacional de su país. Tal vez mirando más hacia el Sur y anticipándose a lo que vendría luego, las dictaduras en el continente sudamericano, Santana ejecutaba “Sacrificio soul”, mientras Joan Baez a capella conmovía a los auditores con “Joe Hill” reclamando la libertad de su compañero preso por negarse a ir a matar vietnamitas. Se cerraba el círculo, la serpiente mordía su cola. Quinientas mil personas hacían catarsis, quizá presintiendo que esa reunión era algo grande y que luego de ella nada sería igual. Jefferson Airplane pedía “Volunteers” pero 500.000 voluntades no pudieron parar la lluvia con su canto tribal.

Para muchos Woodstock había sido un comienzo. En realidad, la historia demostró que fue el punto culminante de un movimiento social que luego fue asimilado por el sistema. Cincuenta años después casi nada queda de aquel movimiento, apenas algunas comunidades aisladas en diferentes regiones de Europa. Sin embargo, en alguna zona del imaginario colectivo el “espíritu de Woodstock” aún se mantiene vivo, tal vez, porque la humanidad seguramente anhela vivir bajo el reinado de aquel lema de amor y paz, dos valores esenciales para la felicidad humana.

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