HASTA EL 7 DE ABRIL

El BNS presenta «Hamlet Ruso» en el Auditorio

Tras el éxito de público alcanzado en 2013, el BNS vuelve con una de las obras más emblemáticas de Boris Eifman, que el propio Julio Bocca bailó para esa compañía y que la prensa argentina no ha dudado de calificarla de ‘obra de arte’.

hamlet ruso

23 de marzo al 7 de abril Martes a sábados 20h. Domingos 17h

4 de abril función a beneficio de Aldeas Infantiles

Fechas abono 24, 25, 26 28, 29, 30 y 31 de marzo

Precios Platea alta Central $850 l Platea baja Central y Tertulia Central (filas 1 y 2) $820 l Platea alta Lateral $810 l Platea baja Lateral y tertulia Lateral $770 l Tertulia central (filas 3 a 7) $600 l Tertulia Lateral $560 l Palcos Platea alta y Palcos Tertulia 1, Galería baja Central y Lateral 1 $410 l Galería baja Lateral 2 $390 l Galería baja Lateral 3 $360 l Palco Tertulia 2 y Galería alta Central $160 l Galería alta Lateral 1 y Palcos Galería baja $120 l Galería alta Lateral 2 y Palco Galería baja y alta $60

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Tras el éxito de público alcanzado en 2013, el BNS vuelve con una de las obras más emblemáticas de Boris Eifman, que el propio Julio Bocca bailó para esa compañía y que la prensa argentina no ha dudado de calificarla de ‘obra de arte’.

Boris Eifman se basa en la vida del Príncipe Pablo, que se convertiría en el zar Pablo I de Rusia. El coreógrafo no se sólo se propone representar la conocida trama de la verdadera historia de la dinastía Romanov; (la lucha por el poder entre la Emperatriz Catalina la Grande y su hijo) sino que brinda una mirada profunda sobre la psiquis, un punto de vista filosófico sobre la forma en la que el poder político corrompe las relaciones humanas y lleva a las personas a colapsar, sumiendo al príncipe de la corona en un estado de locura.

Sinopsis

La obra evoca la época que sucede al asesinato del zar Pedro III y el siniestro reinado de la emperatriz Catalina al que se enfrenta su hijo, el joven príncipe Pedro, abrumado por su condición de heredero apartado del trono. Una sucesión de crímenes y traiciones se producen en la corte dominada por su pérfida madre y por su protector, conocido como el Favorito.

Sobre Boris Eifman

Boris Eifman comenzó su carrera como coreógrafo en el Conservatorio de Leningrado en 1966 y cautivó la atención de los críticos desde su primer ballet exitoso, Icarus. Ese mismo año, fue nombrado coreógrafo oficial de la Academia de Vaganova y de la Escuela de Ballet Kirov, y obtuvo la posibilidad de realizar coreografías para producciones televisivas y patinaje artístico.
«El verdadero arte comienza más allá de las palabras, cuando el silencio se instala», afirma Boris Eifman, un bailarín que fundó su propia compañía en 1977 para romper con las férreas reglas del academicismo ruso y revelar así su férrea voluntad de independencia. Desde entonces, Eifman desarrolla su propio estilo frente a los dominantes en la danza clásica y la contemporánea; resiste a las corrientes y a las modas para imponer una forma de expresión muy personal, según la cual «todo reside en la estética, pero la belleza formal del gesto no es un fin en sí. Eso no significa que la cualidad plástica de la coreografía sea menos importante que el hecho de encontrar una cierta intensidad dramática en las situaciones. Creo sencillamente que no se puede entender la belleza como una noción abstracta. Cuando creo un movimiento -matiza-, es por supuesto con la idea de crear una emoción, expresando un sentimiento; y dicha emoción pasa necesariamente por una necesidad estética.» El Día. Tenerife.

Sobre Hamlet Ruso, la prensa ha dicho

‘Si se pudiera realizar un estudio semiológico de este espectáculo, se notaría que hay un significado en cada uno de los componentes y en sus interrelaciones que lo acercaría a la perfección. En otras palabras, se descubriría que es una obra de arte, sin necesidad de agregar ningún calificativo. Y para disfrutarla no hacen falta las teorías, alcanza con la sensibilidad estética.

El artífice, el creador, el gran «imaginador» de esta propuesta es Boris Eifman, coreógrafo ruso que tuvo la genial fantasía de fusionar un fragmento de la historia de su país con el planteo que ofrece la obra shakespeareana. Hay una dramaturgia potente que deriva en un texto dramático en el cual no se hace necesaria la palabra porque todo está expresado con el movimiento de los intérpretes y se suma la iluminación marcando una poderosa impronta. Porque es algo más que un ballet: es una fuerza expresiva que parte del cuerpo mismo para alcanzar un grado máximo de elocuencia.

No se trata de una historia sino de cómo se cuenta. En este sentido, Eifman recurre a la plástica. Diseña cada una de las imágenes como si fuera un cuadro y sus bailarines son los módulos con los que arma la imagen. Los cuerpos se mezclan, interactúan, se fusionan en concretas, y al mismo tiempo ilusorias, figuras que transforman a los físicos en una masa de carne y músculos que da lugar a otras figuras. Pero también ofrecen algo más: una energía intensa que parece actuar como una dínamo.
(…)
El atractivo de «Hamlet ruso» radica en la amalgama que se establece entre la disciplina de la danza y la teatral, a tal punto que no son necesarias las palabras para entender la historia. Es más, serían redundantes.

Un capítulo aparte merece la música, con una perfecta banda de sonido, porque el coreógrafo no recurrió a las composiciones de ballet, sino a las sinfonías de dos grandes alemanes: Beethoven y Mahler. Hay una utilización simbiótica entre música y acción que resulta impresionante. Si bien Beethoven, elegido para la primera parte, tiene resonancias imperiales y festivas, no le falta el componente dramático. Por ejemplo, el segundo movimiento de la Séptima Sinfonía sirve para subrayar la ambición y las luchas por el trono, del mismo modo que «Claro de luna» ilustra el erotismo de la escena de la noche de bodas.
En cambio, en la segunda parte Mahler se impone por su peso dramático. Allí se conjugan las pasiones y la muerte. Es genial la resolución de la escena de los devaríos del protagonista que ve el fantasma de su esposa muerta al compás del cuarto movimiento de la Quinta Sinfonía de Mahler. Impecable.’ La Nación. Argentina

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