OTRO PRÓSPERO

El empleado del mes expone en el EAC

El artista Javier Abreu (El empleado del mes) está exponiendo “Otro próspero”, en el Espacio de Arte Contemporáneo (EAC).

Javier Abreu./ Otro próspero

Se trata de la exposición individual “Otro próspero”, integrada por obras realizadas en los últimos dos años, a las que se suma una obra-objeto que fue realizada en marzo de este año, especialmente pensada para las instalaciones del EAC. Es así que la exposición incluye fotografía, collage digital y objetos.

El autor y productor global del proyecto es el reconocido artista Javier Abreu, más conocido como “el empleado del mes”.
Este proyecto fue seleccionado a través de la 5ª convocatoria a proyectos artísticos del EAC, con un jurado compuesto por: Gabriel Peluffo, Fernando Miranda y Fernando Sicco.

“Otro próspero” está acompañada además por dos textos: “Entre la denuncia y la fascinación”, de María Simón y “Intercambios. Sobre Javier Abreu y El Empleado del Mes”, Ionit Behar.

El EAC (Arenal Grande 1930) se encuentra abierto de miércoles a sábados desde 14 a 20 horas y los domingos de 11 a 17 horas, la entrada es libre gratuita.

Otro próspero:

Título de la obra _ Landscape as a business
Fotografía 90cm x 135 cm
Es un retrato del hombre contemporáneo, en la foto se pueden ver: una casita realizada con un billete de dólar, chanchos, un hombre convertido en gorila y palmeras de una república bananera.
Una remake sXXI de “Landscape as an Attitude” (Luis Camnitzer 1979)
Título de la obra _ Astori-neko/ o gato de la resiliencia económica
Objeto 13cm altura
2015/ Es un gato de la prosperidad pero que tiene enyesado el brazo y la cabeza

 

Entre la denuncia y la fascinación

Por María Simon

«Y sin duda nuestro tiempo… prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser… lo que es ‘sagrado’ para él no es sino la ilusión, pero lo que es profano es la verdad. Mejor aún: lo sagrado aumenta a sus ojos a medida que disminuye la verdad y crece la ilusión, hasta el punto de que el colmo de la ilusión es también para él el colmo de lo sagrado.»
FEUERBACH, prefacio a la segunda edición de La esencia del Cristianismo.

Abreu plasma sus preocupaciones, contemplaciones, comentarios, crítica o pensamiento sobre fenómenos que nos ocupan y preocupan a muchos y sobre los que han corrido ríos de tinta: el consumo y el consumismo, las apariencias, el poder, el valor y el precio. Sin duda existieron siempre pero en la que llamamos sociedad contemporánea adquieren dimensiones y preponderancia sin precedentes, sobre todo por ausencia de otros móviles de la acción humana (por usar una palabra neutra y mecanicista) como las ideologías.

«La naturaleza le tiene horror al vacío», afirmación a partir de la que Aristóteles explicaba fenómenos que mucho más tarde se revelarían causados por la presión atmosférica, parece cierta en la cultura de una civilización: a falta de cultura o a falta de ideas, priman las afinidades; a falta de significados el símbolo pasa de ícono a objeto en sí mismo. El ícono pasa a la ilusión casi sin haber tomado otras propiedades de la imagen. Esta categorización, si bien no incluye una cita, le debe al libro de Juan Fló «Icono, imagen e ilusión».

El conjunto de su obra alude sistemáticamente a la vida para el consumo, al «buen comportamiento» impuesto como modelo de vida, a las apariencias que toman con ventaja el lugar de la realidad. Hasta jugar con su propio personaje: el «empleado del mes», centro de muchas de sus obras, toma su propia imagen, y su sitio web se llama «soytuempleado».

Esta sociedad del espectáculo entroniza lo visible y a veces hace sospechar que eso visible es todo lo que hay, es decir que atrás está vacío y el escenario es la realidad. El poder, la violencia, el dolor, la belleza, la política, también pasan a ser espectáculos; no hay más que mirar un informativo. No se puede menos que pensar en Guy Débord y su «La sociedad del espectáculo». Y reconocer que el espectáculo resulta banal y por momentos bastante ridículo.

«El lado contemplativo del viejo materialismo que concibe el mundo como representación y no como actividad – y que idealiza finalmente la materia – se cumple en el espectáculo, donde las cosas concretas son automáticamente dueñas de la vida social. Recíprocamente, la actividad fantaseada del idealismo se cumple igualmente en el espectáculo por la mediación técnica de signos y señales – que finalmente materializan un ideal abstracto.» Guy Débord, La sociedad del espectáculo.

Tal vez a los uruguayos nos resulta más incómoda que a otros colectivos la imagen de consumistas, superficiales, ridículos, todas líneas sistemáticas en la obra de Abreu. Cualquier pueblo o colectivo humano tiene sus propias imágenes ideales y autocrítica, y hace y acepta chistes sobre sí mismo. Los uruguayos podemos hacer auto chistes sobre melancolía, burocracia o negligencia pero casi nunca sobre frivolidad o excesivo apego a los bienes materiales. Y sin embargo, aunque su obra se refiera en general a la sociedad capitalista contemporánea, nos hace sentir bastante vulnerables a esas inclinaciones.

Abreu no se pone en crítico ni moralista. No sacraliza las imágenes, contempla, denuncia o ridiculiza su sacralización más bien la pone en evidencia. Se sitúa en una estética más bien incómoda, con un humor ácido amargo a través una expresión aparentemente muy poco técnica. Es un arte propio de «Después del fin del arte», donde, como siempre que el rey ha muerto o de cualquier anuncio apocalíptico, viva el rey, es decir que surgen otras formas sin siquiera agotar las anteriores. Tal vez es natural que un arte que no quiere atarse a las apariencias, que se regodea en ellas y las ataca, no sea especialmente cuidadoso con la factura técnica. Es natural “después del fin del arte”.

Se centra sin duda en el concepto mucho más que en la forma y dice no necesitar la perfección formal o no detenerse mucho en ella. Pero en definitiva, todo arte tiene conceptos y todo concepto tiene un sustrato material, aunque sea vapor.
Del otro lado de la pureza estética, busca todas las asociaciones posibles, desde las evidentes a las más rebuscadas o a las que cada uno quiera encontrar.
Las obras murales (cuadros?) no son lo más común en su producción. Aquí se presenta bajo esta forma tradicional, pero siempre evocando objetos y logrando el mismo tipo de impacto humorístico, ácido, ambiguo.

Ya había tomado otras veces el tema y la materia del dinero, rico en asociaciones al poder, al símbolo, a lo sucio y a lo brillante. Arquetipo de los bienes materiales, siendo él mismo esencialmente inmaterial. Se trata también de una representación del valor, que no tiene valor intrínseco sino simbólico. El dólar se vuelve a su vez símbolo de símbolos o valor de valores después del acuerdo de Bretton Woods, de lo que pasó antes y lo que vino después. Más abstracto también desde que se abolió el compromiso del estado (originalmente impreso en los billetes) de cambiarlos por su valor en oro o plata.

«La necesidad del dinero es pues la verdadera necesidad producida por la economía política, y la única necesidad que ella produce» (Manuscritos económico-filosóficos). El espectáculo extiende a toda la vida social el principio que Hegel en la Realfilosofía de Iena concibe como el del dinero; es «la vida de lo que está muerto, moviéndose en sí misma».
Guy Débord, La sociedad del espectáculo, citando a su vez a Marx y a Hegel.

El dinero, la plata, fomite por excelencia, se asocia a lo sucio desde la infancia. Y simultáneamente los billetes llevan retratos de próceres, intelectuales, lugares históricos. Es entonces también memoria y homenaje.

Aquí la Independence House, de los billetes de 100 dólares estadounidenses, se vuelve paisaje en que se ubican hechos violentos, ridículos, importantes o llamativos (o todo eso junto) de tiempos recientes. Y los billetes se usan como materia prima, vueltos a su materialidad, en general olvidada, de papeles de buena consistencia, para hacer el alambre de púa que separa, bolitas, caras, pájaros como el Pichón consumista, garrapiñada.
Pocas veces tan clara la transfiguración de lo común (Transfiguration of the commonplace) de Danto. Estos cuadros que no son cuadros, estos objetos que son estrictamente lo que representan, esta asociación con casi todo, puede ilustrar algunos conceptos centrales de Danto:

“[…] Pero el éxito ontológico de la obra de Duchamp, se trata de un arte que triunfa ante la ausencia de consideraciones sobre el gusto, demuestra que la estética no es, de hecho, una propiedad esencial o definitoria del arte. Esto, según lo observo, no solamente puso fin a la era del modernismo, sino a todo el proyecto histórico que caracterizó a éste, esto es, por buscar distinguir lo esencial de las cualidades accidentales del arte, para ‘purificarlo’, hablando alquímicamente, de las contaminaciones de la representación, la ilusión y cosas semejantes. Duchamp demostró que el proyecto debería más bien discernir cómo se debía distinguir el arte de la realidad.” Arthur C. Danto, Después del fin del arte.

Intercambios

Sobre Javier Abreu y El Empleado del Mes

por Ionit Behar

Hoy en día no son raros los lugares de encuentro que se consideran icónicos en la ciudad, que formen parte de sus variadas alternativas y a la vez la representen. No hace falta decir que existen calles, que existen bares, por ejemplo, que son espacios reales pero también que han sido idealizados y existen en otra dimensión que los transforma. En esos casos se desarrollan los episodios contemporáneos de la vida cotidiana, aptos para que el ciudadano experimente la banalidad de sus rutinas pero donde también se enfrente al vacío en una sociedad que le impone sus reglas aunque le ofrezca la posibilidad de transgredirlas.

“Habitar, circular, hablar, leer, caminar o cocinar, todas estas actividades parecen corresponder a las características de astucias y sorpresas tácticas: buenas pasadas del ‘débil’ en el orden construido por el ‘fuerte,’ arte de hacer jugadas en el campo del otro, astucia de cazadores, capacidades maniobreras y polimorfismo, hallazgos jubilosos, poéticos y guerreros.” Es así como el historiador y filosofo francés Michel de Certeau observa, desde su perspectiva, a los habitantes de la ciudad en su ser y hacer cotidianos.

En otras palabras, esas formas diferentes que presenta la vida diaria se convierten en una vía de escape del sistema oficial y, por lo tanto, implican un nuevo nivel de significación y de otra magnitud en las realizaciones del arte. Cuando se produce esa nueva significación debido al cambio de contexto, ocurre un desplazamiento, y es esa transformación la que me interesa destacar en la obra de Javier Abreu. Por ese cambio de lugar se atribuye a un objeto, a un material, a una acción, un cambio de valor. La obra cambia y el mundo del arte la acompaña.

Desde hace ya varias décadas, los artistas manifiestan su interés por el dinero con más evidencia que en el pasado, a tal punto que ese interés se vuelve objeto y sujeto de sus realizaciones. Sin embargo y a pesar de su poder real, del dominio que ejerce, de los servicios que presta, se sabe que el dinero no posee un valor en sí mismo, es una abstracción y, como tal, desprovista de contenido propio. Se ha dicho que el capitalismo produce una “cultura de la abstracción” y, si bien genera un clima intelectual de rotunda hostilidad hacia lo abstracto, en realidad refleja y reproduce más abstracciones. Son contradicciones difíciles de resolver y en el juego de oposiciones se enfrentan el pensamiento con el mundo, los conceptos con los objetos, los ideales con la realidad social, ya que nada produce tantos efectos como el dinero. Su carácter abstracto resulta de la organización particular de cada sociedad, de sus instituciones y los procesos históricos que las determinan. Entre otros pensadores, Karl Marx explica que el dinero vale “como medida general de valores” y en él se concreta, como ya se sabe, nada menos que el trabajo humano.

El artista uruguayo Javier Abreu se llama a sí mismo “El Empleado del Mes”. Con ese “cargo” se crea una doble personalidad que presenta las dualidades de la labor del artista confundidas con la labor del empleado corporativo. Al designar a “El empleado del mes” se verifica un reconocimiento público a aquellos empleados que durante ese período se destacaron en empresas como McDonald’s, y en función de ese aprecio se le otorgan incentivos. Según Abreu, “El Empleado del Mes” es un proyecto que nació en la crisis del 2002 en el Río de la Plata. ¿Se sabe que los empleados de esas empresas reciben un sueldo por debajo de un salario mínimo? ¿Se sabe también que la mayoría de los artistas luchan por sobrevivir, muchas veces trabajando en más de una ocupación para lograr sustentar su práctica artística? Por eso, quizás más que un proyecto, “El empleado del mes”, un personaje trivial, se convierte en el artista mismo y es en este sentido que vale la pena identificar y analizar su condición, su conducta, sus hábitos y reacciones y las etapas de su institucionalización.

El artista se aproxima a su “trabajo” y el diálogo que se entabla entre el artista y el empleado se vuelve fundamental. El aspecto performativo de la práctica artística se repite, se amoneda y circula como una nueva mercancía del arte. Al proponer esa aproximación, Abreu logra cuestionar el valor del arte y del artista. Quien lo sigue de cerca se pregunta: ¿Es el artista un empleado? Y si lo es, ¿a quién le está sirviendo su trabajo? ¿De qué forma ha cambiado nuestro propio entendimiento de la labor artística?

Sería interesante comparar esta situación con otros momentos de la historia cuando otros artistas trataron de redefinir su labor. Por ejemplo, la década de 1930 fue una época en la que las huelgas, el disenso, la actividad sindical y la organización de las masas forzaron a Roosevelt y el New Deal (Nuevo Trato) a realizar un corrimiento hacia la izquierda. Afortunadamente, fue un año que ofrece múltiples ejemplos de la acción de los artistas que trabajaron en conjunto para afrontar la crisis económica de su tiempo. La Unión de Artistas, fundada en 1934, basada en la ciudad de Nueva York, fue uno de los principales voceros para los artistas desempleados. También en una región lejana, los Constructivistas Rusos se llamaban a sí mismos “trabajadores del arte.”

Otros artistas, ya en los sesenta y setenta, formularon preceptos fuertemente anti-gubernamentales y aspiraban a que su trabajo fuera considerado similar a las tareas consideradas como mano de obra. Aunque las condiciones de trabajo son muy distintas, en la actualidad muchos artistas se involucran en movimientos sociales y políticos y se refieren a ellos en sus obras. Cuando los artistas eran trabajadores asalariados en la década de 1930, podían realmente declararse en huelga y mantener su trabajo si así lo querían.

En esa época sus pronunciamientos tenían una resonancia colectiva. Sin embargo, si los artistas hoy en día detienen su trabajo, ¿a quién impacta realmente esa decisión? Los años 1930, los 1960 y los 2000 fueron muy diferentes tanto en las actitudes asumidas por una parte, como en las reacciones de la otra parte.

El arte de Abreu, con sus performances y objetos, siempre está en discusión con la cultura capitalista y consumista, con lo cotidiano y contemporáneo. Pronuncia una clara protesta por medio de cuerpos y objetos que ocupan un espacio destinado a presentar preocupaciones parecidas a las de los trabajadores activistas. De ahí que Abreu utilice el dólar, los billetes, propiamente dichos, como materia prima en varias de sus obras. En “Casita-dólar” (2008) Abreu construye la maquete de una casa con un dólar. En “Salvavidas” (2009) Abreu cubre un salvavidas redondo con dólares y, replicando la famosa frase, escribe debajo “Esto no es un salvavidas.” En “Pichón consumista” (2013) Abreu crea una pequeña paloma hecha también con billetes de un dólar y expone el objeto en una vitrina. En “El Edén Uruguay, Paisaje de dólar” (2013), el artista utiliza billetes de 100 dólares y mediante un proceso de escáner digital obtiene una imagen final en la que aparecen todas las huellas de su uso y circulación: mugre, rayas, roturas. En la serie que presenta se puede reconocer hechos que ocurrieron y personajes que cobraron notoriedad en las últimas décadas. Aparecen, por ejemplo, Tabaré Vázquez y George Bush en Anchorena, Cristina Kirchner, Mujica y una gallina, etc.

En su trabajo más reciente, expuesto en el Espacio de Arte Contemporáneo (EAC), la obra “Belleza y devaluación” (2014) para la cual Abreu se inspiró en una planta, un geranio que floreció y se marchitó en el balcón de su casa en Montevideo pero, al reproducirlo, construyó un Geranio con dólares americanos. Este nuevo geranio dolarizado ocupa un lugar sobresaliente colocado sobre una base blanca con una cúpula de acrílico.

El Geranio de Abreu es un objeto delicado, precioso, es una joya. A pesar de esas cualidades, se reconoce fácilmente como algo muy conocido en Uruguay; los geranios y sus flores son plantas muy difundidas en nuestro país, provocando un descubrimiento y un extrañamiento a la misma vez. Al exponerlo, Abreu nos muestra la belleza del geranio en su balcón y, al mismo tiempo, da por supuesto que la belleza natural de la flor no es suficiente. Nos hemos acostumbrado a vivir toda clase de experiencias vía internet, por medio de fotos, por películas y por mensajes de texto, en esta época de redes. El Geranio de Abreu recrea varias experiencias contemporáneas y cotidianas pero que, por sus desplazamientos y transformaciones, adquieren aspectos diferentes. Ahora empezamos a apreciar la belleza del geranio pero solo cuando aparece en su obra, ubicado en un espacio artístico, a distancia de su medio botánico o del balcón, su lugar de origen.

Además, en la exposición, se le ve aislado, protegido por medio de una cúpula de acrílico pero, sobre todo, sorprende que esté hecho nada menos que con dinero, el más valioso de los materiales. La ironía es muy reveladora. Gracias a ese ironía de Abreu, el geranio es y no es la flor, es otra cosa que, paradójicamente, la muestra distinta y verdadera, siempre muy valiosa o luciendo otros valores.

A pesar de ser acciones bien diferentes, la obra de Abreu “Belleza y Devaluación” me recuerda a “Money to Burn” (Dinero para quemar) (2010) del artista estadounidense Dread Scott. En este último caso, realiza una performance en Wall Street, Nueva York, y en ese ámbito de las finanzas, el artista quema su propio dinero, los billetes de otros participantes, mientras que canta repetidamente las palabras “dinero para quemar.” Mientras que Abreu cultiva la belleza de una flor diferente y las posibilidades estéticas incluso del dólar cuando deja de ser dinero, en la obra de Scott hay violencia y una destrucción que intimida.

En lugar de destruir, Abreu transforma algo que solo “se considera” valioso en un valor de verdad. Coinciden ambos artistas, Abreu y Scott, al usar el dinero para cuestionarlo y para hacer pensar en su precario valor, en su uso y circulación en nuestra sociedad. Abreu precisamente lo adelanta en el título de su obra, cuando dice que se trata, en efecto, de una devaluación. Poniéndolo a la vista en el EAC, Abreu aparta de su contexto a la flor o al dinero, y propone un contexto nuevo. El arte de Javier Abreu depende de circunstancias de la vida diaria y, sobre todo, de los registros anti-institucionales que admiten lo cotidiano. Sus obras no residen en un plano ideal ni en la autonomía de un ámbito independiente sino en un espacio de prácticas compartidas, contemporáneas, cotidianas, donde su imaginación las desafía y, al mismo tiempo, las descubre»

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