UN 29 DE ENERO

A 155 años del nacimiento de Anton Chéjov

Hoy recordamos a Chéjov, uno de los escritores rusos más influyentes e importantes de la literatura universal, que cumpliría 155 años.

Chéjov nació en Taganrog, en 1860 y falleció en Badenweiler en 1904.

Su obra es considerada como una de las más importantes de la literatura universal, siendo el más reconocido representante de la escuela realista en Rusia. Chéjov se alejó del moralismo y la intención pedagógica, ha creado de las atmósferas más bellas en materia narrativa y en dramaturgia, siempre caracterizándose por su lenguaje austero y despojado.

Procedía de una familia humilde, y entre 1879 y 1884 cursó medicina en la universidad de la capital, aunque antepuso su pasión literaria. Se refería siempre a la medicina como su esposa legal, y a la literatura como su amante. Empezó a publicar cuentos humorísticos en revistas que fueron reunidos hacia el 1886 en una publicación. En 1888 ya era conocido por el público ruso, y fue ahondando cada vez en temas medulares de la existencia humana, así como en las miserias de sus personajes.

El éxito de su drama «La gaviota» alentó a Chéjov a dedicarse seriamente a la dramaturgia, curiosamente la obra tuvo muy mala recepción hacia 1886, pero en 1889, interpretada por el Teatro del Arte de Moscú de Konstantín Stanislavski, se convirtió en un éxito.

Entre sus obras dramáticas más destacadas aparecen El tío Vania en 1898-99, Tres hermanas en 1901 y El jardín de los cerezos en 1904.
En 1901 se casó con la actriz Olga Knipper, que había actuado en varias de sus obras. Chéjov murió en el balneario alemán de Badweiler en julio de 1904.

Su obra fue digna de la admiración de Tolstoi y Gorki, pero se hizo internacionalmente famoso varios año después de su muerte, sobre todo en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial. Constance Garnett lo tradujo al inglés, lo que ayudó mucho a que sus obras ganaran notable popularidad. Se convirtió prontamente en uno de los maestros universales del relato.

Fragmento de la «Dama del perrito»

» Aún no había cumplido los cuarenta, pero ya tenía una hija de doce años y dos hijos que iban al instituto. Se había casado joven, siendo estudiante de segundo curso, y ahora su esposa parecía mucho mayor que él. Era una mujer alta, con las cejas oscuras, envarada, grave, con aire de importancia y, como ella misma decía, intelectual. Leía mucho, utilizaba la nueva ortografía en su correspondencia, llamaba a su marido Dimitri, en lugar de Dmitri; en su fuero interno él la consideraba limitada, mezquina y vulgar; le tenía miedo y no le gustaba estar en casa. La engañaba desde hacía tiempo y con harta frecuencia; probablemente por eso casi siempre hablaba mal de las mujeres y, cuando en su presencia se hacia algún comentario sobre ellas, exclamaba:
—¡Esa raza inferior!
Consideraba que su amarga experiencia le había instruido lo bastante para llamarlas lo que se le antojara; sin embargo, no habría podido vivir dos días sin esa “raza inferior”.

En compañía de los hombres se aburría, se encontraba a disgusto, se mostraba taciturno y frío; pero entre mujeres se sentía libre, sabía de qué hablar con ellas y cómo comportarse; en su compañía le resultaba grato hasta guardar silencio. En su aspecto, en su carácter, en toda su persona había algo seductor e inefable que predisponía a las mujeres en su favor y las atraía; él lo sabía y a su vez se sentía arrastrado hacia ellas por una fuerza desconocida. «

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