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Cine con cena en Nueva York: se acabaron las palomitas, bienvenido foie gras

En los cines, donde las palomitas ya no bastan para atraer al público, los pastelitos y el foie gras pueden ser usados como nuevo atractivo para una clientela dispuesta a gastar mucho más que una simple entrada.

¿Acaso se trata de una estrategia para llenar salas desiertas en un horario en que otras pantallas sustituyeron al cine tradicional? ¿O simplemente de una nueva moda de jóvenes con onda?

En el cine Nitehawk de Nueva York, en el barrio alternativo y de moda de Williamsburg, en el distrito de Brooklyn, una proyección de la película «Le fabuleux destin d’Amélie Poulain» («Amelie») esta semana fue una oportunidad para compartir una cena gastronómica acompañada de prosecco y cócteles con elevada graduación alcohólica.

El costo de la velada: 95 dólares por cabeza.

«Mucha gente piensa que una película es sólo lo que uno está mirando, pero ahí un chef hace disfrutar cada uno de tus sentidos», comenta después de la función Christian Ling, de 25 años, un estudiante de derecho que vino con su novia para pasar un momento romántico.

Los platos se suceden sobre la mesa al compás de las imágenes proyectadas en la pantalla.

Sara Nguyen, chef esa noche, preparó cinco platos de tradición francesa para acompañar la proyección de las aventuras de Amelie Poulain en París, empezando por un bocadillo llamado Croque-madame con trufas negras rociado con prosecco. Luego, desfilaron platos traídos por mozos vestidos de negro: chicharrones finos, mejillones, «crêpe» (panqueque) de pato y foie gras, todo acompañado de brebajes elaborados con ajenjo.

Salas obsoletas

«Es un cambio en las costumbres y permite desarrollar los sentidos», dice Amy Wilkinson, maquilladora y camarera de 33 años mientras se instala en una de las 60 butacas cómodas de la sala.

El Nitehawk (ave nocturna en español) se inauguró en 2011 justo antes de que el estado de Nueva York pusiera fin a la prohibición de tomar alcohol en los cines, una norma heredada de la Ley Seca.

Para diferenciarse aún más del estilo de comidas rápidas de los enormes complejos cinematográficos, el Nitehawk suele invitar a los chefs de mayor renombre, que eligen la película que será proyectada y, por supuesto, el menú que la acompañe.

Esta práctica se inscribe en una tendencia extendida en Nueva York donde el fooding -un movimiento culinario en el que los alimentos y la degustación pasaron a ser un evento en sí- conoce mucho éxito.

También es posible, durante veladas ordinarias, pagar el precio de una simple entrada (11 dólares) y luego ordenar comida y bebida.

El cine independiente no es el único que ofrece de comer a los espectadores; por lo contrario, esta tendencia tiende a expandirse. Para Ross Melnick, que enseña sobre cine y medios de comunicación en la Universidad de California de Santa Bárbara, esta estrategia permite redinamizar las salas, que no logran competir con las pantallas «personalizadas».

«Hoy tenemos fantásticos televisores de pantalla grande, iPhone, laptops y miles de distracciones. La gente dejó de ir al cine como una actividad, como se hacía antes», observó.

Con este método, destaca, algunos cines encontraron «la manera de convertir en un acontecimiento el hecho de ir a ver una película».

AMC, una cadena de cines, empezó por su parte a servir comida en algunas de sus salas. Otra cadena, Alama Drafthouse, organiza por ejemplo veladas temáticas en torno a ciertas películas, yendo más allá de una simple cena. AFP

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