SEFF'12

Oliveira y dos más

Es, cuanto menos, sorprendente y admirable, que Manoel de Oliveira siga en activo, rodando casi una película al año, a sus casi 104. Después de presentar en Venecia esta Gebo et l’ombre, ya prepara el que será su próximo filme (A Igreja do Diabo). Eso sí, siempre con su peculiar estilo moroso, a veces con mejores resultados que otros, pero siempre fiel a su modo de rodar que, la mayoría de las veces, echa para atrás al gran público. Anticipo que esta va a ser una de esas.

En este caso adapta una obra teatral del portugués Raul Brandao (que dicen que influenció al Esperando a Godot, de Beckett). Gebo es un sufrido contable que vive con estrecheces con su mujer y su nuera a la espera de que su hijo, desaparecido años atrás, regrese a casa.

Gebo y la sombra cuenta con un plantel de actores sencillamente impresionante (Michael Lonsdale, Claudia Cardinale, Jeanne Moureau, Leonor Silveira, Luis Miguel Cintra, Ricardo Trepa (por cierto, sobrino de Oliveira)…). Y aunque el director luso no necesita excusas para ello, el estilo de la película es teatral al máximo. Un único decorado (el salón de una casa), y ocasionales planos de la misma desde fuera.

Seis personajes, aunque tres de ellos principales, y ni un solo plano con movimiento. Ni un travelling, ni una panorámica, ni una cámara al hombro, ni siquiera un sólo zoom… Una cámara anclada al suelo, enfocando a una mesa a la que se sientan los personajes, que apenas se mueven, y hablan, y hablan, y hablan, y hablan, durante casi quince minutos. Apenas hay edición. Apenas movimiento. Apenas nada. Sólo un grupo de actores brillantes (Trepa desentona terriblemente frente al resto)

La única cinta española a concurso resultó ser toda una decepción. Hubo quien creyó que era una tomadura de pelo, pero no. Era real. Pablo Llorca ya había dado muestras anteriormente de que podía y sabía hacer buen cine con un presupuesto casi inexistente. Pero lo de Recoletos (arriba y abajo) es de campeonato.

Historia de sencillo resumen: en un bloque del caro Paseo de Recoletos vive Jaime, director de una organización de eventos deportivos, con su mujer y sus dos hijos. Y en el piso de arriba, una jovencita que es su amante. Su vida se desestabiliza con la llegada de un nuevo portero a la finca, cuyo pasado está relacionado de modo oscuro con el de Jaime.

El problema es que nada funciona. Porque una cosa es que apenas haya presupuesto y otra distinta que se sea un total descuidado. El montaje es terrible, los diálogos no son nada creíbles, los actores (todos) están de pena. La fotografía y la iluminación ni funcionan ni concuerdan de un plano a otro.

El sonido cambia de intensidad entre plano y plano. La historia no cuadra (no se entiende que estando en una de las zonas más caras del país, con personas que hasta tienen criados, el edificio sea tan cutre, tan sucio, tan descuidado…) Hacía reir, y no precisamente por su sentido del humor.

Por último, la austríaca The shine of day, que nos cuenta la historia de Phillip, un actor de teatro que cada día representa un papel distinto, que un día recibe la visita de su tío Walter, viejo artista de circo de quien Phillip desconocía su existencia y a quien su hermano (el padre de Phillip) desprecia desde hace tiempo, lo que les ha separado. Ambos descubrirán que tienen mucho más en común de lo que pensaban, y entre ambos surgirá una profunda amistad.

La película es emotiva, tiene interpretaciones más que solventes, y una muy buena factura. Lo directores (Tizza Covi y Rainer Frimmel), que ya triunfaron con su primera cinta, La Pivellina, vuelven con esta a reflexionar sobre la representación y su relación con la intimidad de la vida cotidiana. Y también, como en aquella, ofrece un final abierto, sugiriendo, pero sin cerrar la historia. Más bien, abriendo la próxima.

 

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