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La revolución imposible

Hoy, tanto nuestro Uruguay como sus azotados hermanos latinoamericanos, afrontan la emergencia de transformar las dramáticas realidades cotidianas en proyectos nacionales capaces de recrear la esperanza.

Hace apenas cuatro días, un ex obrero metalúrgico brasileño se ciñó la banda presidencial, transformándose en jefe de Estado del más extenso y rico país de nuestra siempre flagelada América.

La llegada de Luiz Inácio «Lula» Da Silva a la primera magistratura del vecino país comporta –sin dudas– un acontecimiento de singular trascendencia histórica para toda la región.

El desafío será, nada menos, que revertir la ecuación de injusticia social crónica que afecta a la nación que dispone de mayores recursos genuinos en el continente, en un contexto mundial globalizado particularmente adverso.

En su primer pronunciamiento ante una nutrida audiencia, el flamante mandatario se comprometió a gobernar para todos los brasileños, lo que es una clara definición de democracia que muchos de los gobernantes vecinos que le escucharon parecen no comprender.

Es claro que la democracia con miseria y exclusión social, como sucede en casi todos los países de la recurrentemente colonizada América latina, es apenas un grotesco eufemismo dialéctico.

Hoy, en pleno siglo XXI, toda América latina afronta un momento crucial de su historia, en el que los pueblos deben asumir la necesidad de encarar profundas transformaciones en los criterios de distribución de la riqueza que genera toda la sociedad. Hace apenas 24 horas, un nuevo aumento de los combustibles sacudió la recién iniciada «siesta» estival de los uruguayos. Las largas colas formadas ante los comercios proveedores del producto, trasuntaban ansiedad pero también honda indignación.

Es obvio aguardar que, en los próximos días, el efecto multiplicador de este incremente derive en una nueva escalada inflacionaria, que golpeará con singular rigor a los ya anémicos bolsillos de los sectores de ingresos fijos.

La medida ratifica el erróneo rumbo asumido por este gobierno, cuya única estrategia para restablecer el perdido equilibrio de las finanzas públicas parece ser el aumento de los tributos y la paralizante congelación salarial.

Estas políticas, más allá de los trillados factores exógenos que ya invocaba hace más de veinte años un ministro de economía de la dictadura y hoy alimenta recurrentemente el discurso oficial, son una directa consecuencia de la dependencia.

No en vano durante este crítico período, el sistema político aprobó dos leyes destinadas a salvar a un sistema financiero descalabrado por la fuga de depósitos, bajo presión de los grandes centros de poder.

Incluso, el propio presidente de la República, en un reciente balance del oscuro año 2002 que soslayó toda responsabilidad gubernamental por la situación, agradeció la oportuna ayuda del gobierno norteamericano en los momentos más complejos de la crisis bancaria, lo que debe interpretarse como una señal sintomática.

Naturalmente, la historia de la dependencia de los países colonizados por los imperialismos de turno no comenzó en nuestro tiempo, sino que se remonta a la época de la primera gesta emancipadora de los pueblos americanos.

Sin embargo, contemporáneamente, tras el descongelamiento de la guerra fría que sepultó la bipolaridad planetaria, el triunfo del capitalismo imprimió un nuevo giro a la sempiterna ecuación de dominación económica y subordinación política.

Hace cuarenta años, un movimiento guerrillero irrumpió en la escena nacional, conmoviendo –por sus osadas operaciones — a una sociedad que no estaba habituada a la violencia política desde el final de las fratricidas guerras de divisas.

El MLN   tupamaros creció exponencialmente durante la agitada década del sesenta, hasta transformarse en una organización con identidad propia bien definida.

En los años posteriores a la dictadura, la literatura testimonial se nutrió abundantemente de la breve pero impactante historia de este movimiento insurgente, hoy devenido en sector político con fuerte respaldo electoral e importante representación parlamentaria.

Es fácil advertir que los libros que de un modo u otro aluden a los tupamaros, suelen ocupar los primeros lugares en el ranking de ventas que publicamos habitualmente en esta misma sección de crítica literaria.

Este sorprendente fenómeno editorial, que quizás debiera ser minuciosamente analizado por los sociólogos, parece responder a dos motivaciones bien concretas: la necesidad generacional de reconstruir y en algunos casos conocer nuestro pasado reciente o bien la fascinación ejercida por personajes que, de algún modo, protagonizaron una experiencia de corte épico que alimentó el imaginario colectivo.

Esta tendencia podría explicar también el éxito electoral logrado por varios ex guerrilleros que, nucleados en el Movimiento de Participación Popular, concitan multitudinarias adhesiones.

Algunos analistas atribuyen esta situación al estilo frontal de los dirigentes del MPP –particularmente tupamaros históricos como José Mujica y Eleuterio Fernández Huidobro– que contrasta con el discurso engolado y las posturas habitualmente narcisistas de la clase política uruguaya.

En «La revolución imposible: los tupamaros y el fracaso de la vía armada en el Uruguay del siglo XX», el periodista Alfonso Lessa ensaya una nueva lectura del nacimiento, auge y derrota de la guerrilla urbana en nuestro país.

Dotando a su obra de un enfoque que admite múltiples discrepancias por su apreciación del fenómeno y diversas connotaciones más allá de la mera verdad histórica, el autor construye un minucioso trabajo de investigación.

Para ello, recurre a múltiples documentos –algunos de ellos virtualmente desconocidos– además de abundantes testimonios de actores de primera línea de un tiempo histórico fermental, de enfrentamientos y utopías amasadas en la fragua del debate ideológico.

Lessa inicia su relato recreando uno de los tantos operativos tupamaros destinado a conocer la red cloacal de Montevideo, en lo que constituye un elocuente testimonio del modo en que se planificaban los planes de fuga ante situaciones de emergencia, en el marco de la estrategia de lucha armada.

Transcribiendo permanentemente escritos, fragmentos de libros, documentos y testimonios, el comunicador destaca la crucial influencia de la triunfante revolución cubana sobre la experiencia de lucha armada en nuestro país.

En ese contexto, no parece demasiado convincente la tesis de que en una democracia como la uruguaya, no se justificaba la aparición de un movimiento guerrillero similar a los que operaban en otros países de la región.

Si bien puede compartirse que la experiencia histórica de algunos de nuestros vecinos gobernados por dictaduras títere era radicalmente diferente a la nuestra, parece pertinente analizar la realidad uruguaya con mayor rigor y profundidad.

Cuando se registró la aparición de los tupamaros en la escena pública nacional a comienzos de la década del sesenta, Uruguay ya comenzaba a afrontar un crucial punto de inflexión.

Extinto el mito de la Suiza de América, si bien la calidad de vida de los uruguayos era considerablemente mejor a la de otros países azotados por la pobreza y se mantenían a pleno las libertades públicas, la oligarquía y su aparato represivo comenzaban a cerrar filas para preservar sus privilegios.

La distribución de la riqueza producida por todos los uruguayos –en una economía que comenzaba a perder su prosperidad de antaño– distaba mucho de contemplar criterios de equidad y justicia social.

Ni que h
ablar de la situación de los trabajadores rurales, que por entonces ya padecían una despiadada explotación por parte del latifundio. Ello generó, en buena medida, las movilizaciones de los arroceros y las legendarias marchas de los cañeros.

Es cierto también que –en esa época– ya existían insistentes rumores sobre un eventual golpe de Estado y las clases dominantes endurecían sus posiciones ante el crecimiento de los reclamos populares.

Sin embargo, es innegable y no admite mayores disensos que la guerra fría y el ejemplo de Cuba fueron dos acontecimientos cruciales que nutrieron el fermento revolucionario.

De todos modos, el propio autor admite que las filas de la guerrilla no sólo se alimentaron de militantes procedentes de formaciones de izquierda (socialistas, comunistas, anarquistas, maoístas y trotskistas, entre otros), sino también de uruguayos de extracción nacionalista que nadie osaría calificar de internacionalistas, decepcionados por la falta de respuestas de los partidos tradicionales.

Abundando en críticas a la estrategia de guerrilla urbana asumida por el MLN en un país sin condiciones geográficas para la insurrección rural, Alfonso Lessa recuerda que las únicas revoluciones triunfadoras en América fueron la cubana y la nicaragüense, que cosecharon el masivo respaldo popular.

Citando escritos y comentarios de Eric Hobsbawn, Regis Debray y al propio «Che» Guevara, Lessa reafirma su tesis sobre la inconveniencia de la lucha armada en nuestro país.

También reproduce la opinión de numerosos dirigentes guerrilleros de los países de la región, que analizan el fenómeno uruguayo dentro del contexto de una América insurrecta.

El autor nutre su trabajo de testimonios de ex integrantes del Movimiento de Liberación Nacional, que contraponen opiniones respecto a los motivos del fracaso de vía armada.

En tal sentido, identifica algunas de las causas de la debacle que –aún con matices– pueden ser compartidas: el hipertrófico crecimiento de la organización por el masivo ingreso de combatientes, el heterogéneo mosaico ideológico, el frecuente divorcio entre la teoría política y el militarismo de algunos de sus integrantes, la falta de apoyo popular a nivel de los extractos sociales que a priori parecían potenciales aliados, la traición y el erróneo menosprecio por el poderío del enemigo.

A los efectos de develar los verdaderos propósitos del movimiento guerrillero, Alfonso Lessa recoge contrapuestas opiniones entre quienes sustentan la tesis que inicialmente fue ideado como una organización de autodefensa y los que afirman que el objetivo siempre fue la revolución armada y la conquista del poder.

Más allá de mis obvias diferencias de enfoque con el autor, que naturalmente son emitidas a título personal, «La revolución imposible» es una plausible herramienta de debate sobre un fenómeno relevante de nuestro pasado reciente.

Alfonso Lessa aporta documentación y testimonios –algunos de ellos desconocidos– que proponen nuevos ángulos de análisis y discusión sobre un período histórico que conmovió al país y a la región.

Seguramente, con la perspectiva del tiempo transcurrido y en una sociedad aún bastante polarizada, este libro generará fuertes controversias, entre la tajante discrepancia y la entusiasta adhesión. *

(Editorial Fin de Siglo)

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