LA "CLASE TRABAJADORA"

Hay una especie de ideología que introduce el concepto de «clase trabajadora» como mucho más abarcativo que el clásico «clase obrera» pero con poco rigor y sin aclarar. Ello es producto de nuestra Historia.

En la vertiente marxista de nuestra Izquierda (comunistas, trotskystas y socialistas) estuvo clara la diferencia entre proletario (u obrero) y trabajador. Hay de por medio un sustancial problema de «plus valía»: quién la genera, quién la disfruta y qué lugar se ocupa en las relaciones de producción (y dominación).

Tod@s cuant@s perciben un salario son trabajadores: l@s obrer@s y también l@s emplead@s administrativ@s y un largo etcétera que abarca policías y militares (en ambos casos con sindicatos organizados y afiliados a Centrales Sindicales en muchos países).

El largo y trabajoso proceso de unidad de nuestra clase OBRERA recorrió, como es lógico, caminos propios.

Un rasgo peculiar y distintivo (a partir de la década de los cincuenta del siglo pasado), fue no sólo tratar de unir en una sola Central a l@s obrer@s sino también y al mismo tiempo convocar a l@s demás trabajador@s. Y, en otros ámbitos, también a l@s intelectuales, l@s estudiantes, las «capas medias», la pequeño burguesía y a sectores de la burguesía.

La CNT nace por fin en 1964 y, ya en 1965, es convocado el Congreso del Pueblo. Esa palabra («pueblo») encierra, para esa y otras corrientes del pensamiento, un estricto concepto: el de la Liberación Nacional y su instrumento indispensable: el Frente de Liberación Nacional (o como quiera llamársele en cada caso y país): la necesidad de la unión política del «pueblo».

La consigna de Rodney Arismendi «obreros y estudiantes, unidos y adelante», asumida luego por todos, no nos equivocaba: era y es otra expresión de la misma estrategia. Pero usó la palabra «obreros» (y no «trabajadores»).

Todo comunista, trostkysta, socialista y anarquista (de esos momentos), entendía muy bien la diferencia.

Pero es conveniente resaltar (y recordar) que la lucha por organizar y movilizar a los trabajadores del Estado (obreros y empleados según cada lugar) fue duramente reprimida (fines de los cincuenta y década de los sesenta) por los Partidos Tradicionales. Se opusieron muy en especial al derecho de huelga de dichos trabajadores que para reivindicarlo contaron con la solidaridad de la clase obrera.

Aunque siempre hubo sindicatos de empleados (por ejemplo AEBU) en las Centrales anteriores y en la CNT (cuando nació), fue en esos años de crisis cuando inmensos contingentes de empleados (en especial los públicos), se sumaron a la lucha junto a los obreros y conquistaron con duro sacrificio su derecho a la huelga.

Las Medidas Prontas de Seguridad no las inventó Pacheco. Fueron aplicadas antes por blancos y colorados para impedir lo que estaba «naciendo» (que era una consecuencia obvia de la crisis).

A la postre también se logró, por caminos propios, la tan ansiada unidad política: el Frente Amplio.

Esa «cadena» de luchas y acontecimientos (muy resumidos por falta de espacio), fue un proceso de acumulación y cambio específicamente uruguayo.

Entonces hoy, a consecuencia de ello, podemos observar que la concepción estructural del PIT-CNT y el F.A; de la FEUU y FUCVAM, por poner sólo cuatro ejemplos (hay más) se repite: son Federales y coaliciones y movimiento. Lo que es más: son policlasistas.

El PIT-CNT también lo es en el sentido de que agrupa en su seno a sindicatos de obreros y de empleados. Públicos y privados. Ello crea ciertas contradicciones.

El tamaño relativo del Estado (incluyendo empresas estatales e Intendencias Municipales) ha ganado espacio en la comparación con el de la actividad extractiva, pesquera, rural, industrial y de transporte que agrupe grandes contingentes de obreros. Es el resultado material de sucesivos desastres políticos y económicos.

Por esa y otras razones (inestabilidad en el trabajo, mayores dificultades de organización y movilización, etcétera), la clase obrera ha ido perdiendo peso político en el PIT-CNT. Basta para ello con mirar sus propios datos que a la vez son radiografía de trauma.

Recordaba Héctor Rodríguez que el Congreso Obrero Textil representaba a veintidós mil afiliad@s y contaba con sesenta y cuatro funcionari@s rentad@s… De esa industria quedan testimonios arqueológicos en inmensas taperas abandonadas. De la otrora poderosa industria azucarera quedan también los monumentos de una «civilización» desaparecida (como por ejemplo en Míguez-Montes o en Belén-Constitución). Vale visitar las ruinas de Mina Valencia en las cercanías de Minas para ver los montacargas y enormes tachos industriales aún cargados con dolomita procesada y en proceso como si por alguna misteriosa razón, en un repentino e imprevisto momento, «algo» le hubiera pasado a la enorme maquinaria que se quedó para siempre en suspenso: como barco fantasma, sin tripulación a bordo pero con los platos de comida aún caliente sobre la gran mesa. La inmensa fábrica arruinada de Cristalerías del Uruguay se convierte hoy un coqueto «complejo» habitacional y comercial. Las vías del ferrocarril son bucólicos senderos pletóricos de arboledas y pajarillos. Aún las que están en buen estado presentan entre sus durmientes altos y bullangueros nidos de cotorra. Su preciosa Estación Central es sometida sin piedad a una obscena vergüenza nacional como la Fábrica de Alpargatas, la usina de Gas en plena Rambla y casi todo Juan Lacaze por no hablar de Paysandú.

El Cerro de Montevideo, además de una exposición gigantesca de ruinas industriales y sede legendaria de legendarios anarquistas, es un muestrario cabal de diversas culpas. La Teja, y la Curva de Maroñas, no rezagan en eso.

Se podrían organizar sendos «tours», tanto por Montevideo como por todo el país, para que los visitantes y los jóvenes nativos conozcan cómo era Uruguay y cómo lo dejaron. Con guías y croquis explicativos.

De otro modo cuesta entender lo que está pasando. Sin «relato», hay cosas que parecen no tener sentido. Para despejar hay que mirar la Historia entera.

Hace medio siglo, una parte de la lucha de la clase obrera fue ayudar a organizar y movilizar a los empleados públicos y defender su derecho a la huelga. Conquista que no habrá de ceder.

Hoy, cuando la reforma del Estado es una estridente y clamorosa necesidad, algunos empleados públicos pueden sentirse amenazados por lo desconocido, lo nuevo, lo intranquilizante, la pérdida de cierto confort mental, y por ello, ser traba al desarrollo de las fuerzas productivas. De no comprenderlo, el choque con la clase obrera es inevitable.

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