DEBATE SEGURIDAD

Reflexiones sobre seguridad ciudadana

Después del debate sobre seguridad ciudadana, algunas propuestas para el presente Me invitaron y participé anoche de un programa televisivo - junto a Mir y Petit - en Teledoce, muy bien organizado por cierto. Saludo esta iniciativa.

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Foto: archivo.

Mucho se dijo en el transcurso del programa, desde los políticos de la oposición sobre más de lo mismo, que renuncie el ministro Bonomi, que el gobierno ha fracasado, etc…, y el senador Oteguy defendiendo la gestión de gobierno. También hablaron los miembros del Poder Judicial, el Padre Mateo y finalmente dos ex ministros de los Partidos Tradicionales que propusieron entre otras cosas la incorporación de los militares al combate de la delincuencia (rémoras del pasado autoritario).

Quisiera acaso compartir algunas reflexiones y luego formular algunas propuestas concretas y viables a corto y mediano plazo.

En primer lugar recomiendo dos lecturas: el clásico libro “Las Cárceles de la Miseria” del año 2000, del sociólogo Loïc Wacquant, profesor e investigador de la Universidad de Berkeley en la que analiza exhaustivamente el discurso y la práctica del combate a la delincuencia en Estados Unidos y Europa. Luego el Informe del BID de Muggah et al del 2015, “Haciendo de las ciudades lugares más seguros. Innovaciones sobre seguridad ciudadana en América Latina”, cuyo contenido relata experiencias exitosas en Brasil, México, Chile, Colombia entre otros países de la región.

En segundo lugar me interesa destacar dos ideas básicas y elementales: por un lado debemos diferenciar los delitos y abordarlos desde perspectivas bien diferentes; por un lado la acción de bandas profesionales organizadas en torno al narcotráfico, a la explotación sexual y comercial de personas, entre otras prácticas delictivas (estafa, corrupción, dolo), para quienes delinquir es un buen negocio (al decir de un Fiscal Penal) y por otro los delitos cometidos por uno o dos individuos (adolescentes, jóvenes o adultos), para los cuales resulta una práctica cuasi naturalizada de sobrevivencia.

Los motivos y causas son a mi juicio diferentes aunque unos y otros terminen con relativa frecuencia (aunque no siempre) en homicidios. Por otra parte, es recurrente asociar la delincuencia con los “pichis” o “malvivientes”, que no es más que un eufemismo para describir a los pobres o indigentes. Pero esto equivale a criminalizar la pobreza, lo cual además de expresar un profundo sentimiento reaccionario es totalmente injusto por cuanto los pobres son doblemente víctimas a saber: porque son los primeros en sufrir los robos y la violencia en su propio hábitat y además son estigmatizados por el resto de la población.

Cuidado, los miles de pobres en Uruguay que aún viven en situación de vulnerabilidad (más allá de las políticas públicas que resultaron exitosas), no son criminales, ladrones o asesinos. Es más, la enorme mayoría no lo son.

Foto con fines ilustrativos.
Foto con fines ilustrativos.

En tercer lugar, es necesario advertir que no existen soluciones únicas, infalibles y mágicas. La experiencia mundial es diversa y plural. Para empezar digamos que los índices de delincuencia más bajos en el planeta se encuentran en los países con los más altos niveles de desarrollo humano, donde la desigualdad y la pobreza registran los indicadores más bajos. Y ello no es casualidad sino que – obviamente – encierra relaciones causales.

En cuarto lugar, quisiera anotar algunas ideas (a riesgo de recibir críticas por absurdas o inoperantes), que me parecen viables a corto y mediano plazo.

1) Resulta imprescindible desarrollar y profundizar la investigación científica – y no solo la periodística – para contar con bases empíricas sólidas; al respecto son varios los investigadores que vienen trabajando desde hace mucho tiempo en la Universidad de la República, a quienes el poder político debiera convocar con más frecuencia.

2) El abordaje de la delincuencia debe ser necesariamente diferenciado, integral y multidimensional, atacando las causas (desempleo, exclusión social, desigualdad, tráfico de drogas, escasas oportunidades para los jóvenes, deserción/expulsión del sistema educativo, baja tolerancia a la frustración, por mencionar algunas) y no solo las consecuencias.

3) Implementar más intervenciones urbano – territoriales, más intensas y expandidas (infraestructura, canchas deportivas, soluciones habitacionales dignas y confortables, programas recreativos y culturales, educación popular), en zonas y barrios donde se concentran los sectores más vulnerables. Esta es una de las modalidades de integración más eficaces, evitando la “ghettización” y la subsecuente fragmentación social.

4) Institucionalizar la participación ciudadana, por ejemplo creando Consejos Vecinales de Seguridad, o aprovechando la existencia de los Concejos Vecinales en Montevideo, dotándolos de herramientas para fiscalizar, controlar y proponer alternativas singulares y apropiadas a las realidades barriales.

5) Desarrollar programas de prevención y combate a la delincuencia de un modo articulado entre los diversos actores; Ministerios, Jueces, Policía, Escuelas, Liceos y sobre todo, organizaciones barriales, definiendo metas precisas y evaluables periódicamente.

6) Multiplicar notablemente la modalidad de Policía Comunitaria, de Cercanía o de Proximidad según sus diferentes denominaciones, en donde se desempeñe como cuerpo de prevención, de protección y de vigilancia, y no solo como instrumento represivo.

Foto con fines ilustrativos: Blogspot.com.
Foto con fines ilustrativos: Blogspot.com.

7) Instrumentar una compra masiva de armas de fuego, como mecanismo adicional para sacarlas de circulación, obviamente con el cuidado especial que una medida de esta naturaleza conlleva.

8) Apoyar y facilitar modalidades tales como la conocida Vecinos en Alerta, para lo cual se necesita coordinación efectiva con la policía de proximidad. Educar, prevenir y persuadir.

Finalmente reprimir con firmeza. Mano dura con aquellos que niegan el derecho a la vida y a la seguridad de sus conciudadanos, mano blanda con aquellos que reconociendo sus errores, requieren de oportunidades reales para su reinserción social. En tal sentido cabe consignar que los programas de rehabilitación son escasos y no muy efectivos.

No es el Estado Gendarme el que quiero para Uruguay, sino el Estado Social en plenitud, aquel que debe hacerse cargo del bienestar de todos los uruguayos.

Con participación ciudadana intensa y la población involucrada, todo puede cambiar para mejor, no me cabe ninguna duda.

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