EN NUEVA PALMIRA, LA JUNTA DEPARTAMENTAL Y LA IGLESIA CLAMAN POR UNA SOLUCION

Adolescentes se prostituyen por comida, dinero o cigarrillos

El incremento de actividades que, desde hace varios meses, registra el puerto de Nueva Palmira, ha provocado en forma paralela dos consecuencias sociales contrapuestas. Por un lado, el beneficio económico que tiene su caja de resonancia en el comercio de esta pequeña ciudad en la zona oeste del departamento de Colonia. Por otro, la irrupción –a esta altura en forma descontrolada– de un fenómeno colateral: la presencia en las calles, noche tras noche, de adolescentes de entre 13 y 15 años que ofrecen sus servicios sexuales a centenares de camioneros que esperan turno para descargar mercaderías en la zona portuaria, a cambio a veces de algo de dinero, y en la mayoría de los casos «por chicles, cigarrillos, vino o bizcochos», según lo que revelan quienes han dado en aquel medio las primeras voces de alerta, sin que aún hayan sido escuchados por las autoridades.

El semanario palmirense El Eco, por ejemplo, dedicó una de sus recientes ediciones a denunciar que tanto los camioneros como los marineros que arriban al puerto local a bordo de buques europeos y asiáticos «las prefieren jovencitas, cuanto menos edad mejor».

Define a las jovencitas que se prostituyen a la vista de todo el pueblo como «nacidas y criadas en zonas marginales… Han cursado la escuela con gran dificultad de aprendizaje y no todas han terminando Primaria».

«Saben lo que es no comer todos los días y aguantar resignadamente el hambre cuando en la casa no ingresa un peso. Muy pocas veces han salido de la ciudad, y si conocen algo de Montevideo es porque fueron derivadas al Pereira Rossell por algún problema de salud cuando fueron niñas, y más nada», acota la investigación periodística.

El Eco siguió los pasos de una de las protagonistas de esta dolorosa realidad, una chica de 14 años que «duerme en las mañanas, por la tarde recorre su barrio, se para en las esquinas, conversa con sus amigos y escucha cumbias. A la tardecita sale para la casa donde se reúne con sus compañeras para empezar la recorrida por la cola de los camiones… o espera que en alguna esquina la levanten hombres maduros de esta misma ciudad».

Cerró el prostíbulo por la nueva «competencia»

«El promedio habitual de camiones en Nueva Palmira es de 500 0 600 por día», contó a LA REPUBLICA el edil departamental frenteamplista Luis Purtscher, que puso el grave asunto sobre el tapete en el órgano deliberante, cansado de esperar acciones oficiales de contralor y contención, que no se producen.

«En estos últimos días», comentó el curul, «había unas diez cuadras de cola de transportistas en las afueras de la ciudad, y es en ese entorno que deambulan durante la noche estas chiquilinas que primero andaban de a una y ahora ya se mueven en barras».

Purtscher ilustró la magnitud del problema al mencionar que «el prostíbulo palmirense, que estaba debidamente controlado por la Policía y por Salud Pública, se vio obligado a cerrar definitivamente porque quienes allí trabajaban no pudieron resistir esta competencia que estalló de golpe, y se fueron para otras localidades donde no sucediera un fenómeno de este tipo». Ahora en Nueva Palmira «ninguna chica se realiza controles periódicos en el hospital… mientras tanto, continúan ofertándose a jóvenes, adultos y viejos por lo que les den. Todo sirve», sintetiza la investigación realizada por El Eco.

Hagan algo

Juan Zordán tiene 77 años y es el cura párroco palmirense. Durante varios decenios cumplió su labor religiosa en Quebracho (Paysandú) hasta que aceptó la solicitud que le planteó la Diócesis de Mercedes para instalarse en este pequeño pueblo coloniense.

«Nunca pensé que podía encontrarme con algo así: chiquilinas de muy poca edad que han elegido el camino de la prostitución para conseguir algún resultado económico o simplemente para salir de la rutina en la que viven», manifestó ayer al ser consultado por este corresponsal.

«Tanto es lo que nos preocupa este problema que lo analizamos en reunión del Consejo Parroquial, y resolvimos pedir ayuda a las autoridades, que se haga algo cuanto antes, porque esto no se sabe en qué puede terminar».

El padre Zordán no se limita a sus tareas parroquiales clásicas; también está al frente de un pequeño taller de carpintería en el que da clases gratuitamente a un puñado de niños del lugar. «No servirá de mucho esto que hago, pero por lo menos todo ese rato que aprenden el oficio, no están dando vueltas en la calle».

Su demanda coincide con lo dispuesto el viernes 12 por la Junta Departamental de Colonia, en cuanto a la necesidad de «convocar a las fuerzas vivas, Junta Local (palmirense) y a la Jefatura Departamental de Iname para que intervengan».

Tendrán que explicar, entre otras cosas, cómo siguen en esta ciudad funcionando algunos bares –algunos clausurados en su momento por la propia Jefatura de Policía de Colonia– en los que, según las denuncias, también se congregarían algunas de las menores que ponen su cuerpo en venta.

Policía: «Menores de edad, no hay ninguna»

En medio de este panorama, con planteos tan contundentes efectuados por periodistas, ediles y la propia Iglesia, resultó llamativa la respuesta que obtuvo LA REPUBLICA en el ámbito policial palmirense.

En diálogo telefónico, un funcionario a cargo de la Seccional 4ª minimizó el problema y aseguró: «Nosotros todos los días hacemos recorridas de control por toda la ciudad, y le puedo decir que hay, sí, algunas muchachas que se relacionan con los camioneros; pero son todas mayores de edad; menores no se ve ninguna», apuntó el uniformado, y agregó: «Lo que pasa es que acá hay gente muy exagerada». *

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