Otro mundo posible

Año nuevo y buenos propósitos

El cambio de año suele implicar, para muchos de nosotros, una época de buenos propósitos. Hacemos un balance del año que terminó y prometemos, ante el que se inicia, al menos no repetir los errores cometidos. Para otros evitar la obesidad y el peligro de la diabetes, hacer ejercicios físicos y reducir la comida que engorda.

El hecho es que cada uno de nosotros sabe exactamente dónde le aprieta el zapato. Lo que queda luego es tener fuerza de voluntad para ir por la vida pisando más suavemente y asz evitar tropiezos.

Cambiar de año y cambiar de vida es lo que deseamos muchos de nosotros. ¿Qué es entonces lo que favorece la distancia, a veces enorme, entre nuestros propósitos y nuestra práctica? ¿Por qué no somos siempre coherentes con los ideales que abrazamos?

Con los maestros de la mística aprendí que, al hacer propósitos, debemos preguntarnos antes: ¿estoy obrando para agradarme  a mí mismo o principalmente a las miradas ajenas?

Muchas veces nos vemos impelidos a obrar contrariando nuestra propia voluntad, para colocar nuestra autoestima a la altura de las miradas ajenas y no para felicidad de nuestro corazón. Es como la mujer que usa tacones afilados, aunque tenga que soportar dolor en los pies y malestar en la columna, además del peligro de un trombo. Pero de ese modo ella se considera más elegante y seductora ante los demás.

“Donde está tu tesoro allí está tu corazón”, dice Jesús (Mateo 6,21). Si nuestro corazón se deja atraer por la vanidad, por la ambición, por la envidia, es natural que adoptemos procedimientos regidos por esa escala de ‘valores’.

En una sociedad tan consumista y competitiva como la nuestra no es fácil sentirse bien consigo mismo. La cultura neoliberal impregna nuestro inconsciente de motivaciones que reducen el valor que nos damos a nosotros mismos.

Todo el tiempo estamos bombardeados por la publicidad, que alardea de que no es feliz quien no tenga tal carro, o no viva en tal barrio, o no vista prendas de marca, o no viaje a tales lugares…

¡Noten cómo en los espacios publicitarios todos están saludables y son  felices! ¡Vean cómo los ricos y famosos, que tienen acceso a los artículos de lujo, están orondos y alegres!  Como canta Chico Buarque en “Canción de la bailarina”: ”Por buscar el bien / todo el mundo tiene cicatrices. / Marca de viruela o vacuna. / Y tiene diarrea, lombrices, amebas. / Sólo la bailarina no las tiene”.

Por eso bailamos a la música del consumismo, con la esperanza de que lo que es tenido como valor -el carro de lujo por ejemplo- impregne de valor también al que lo posee. Sin la posesión de productos de marca, que supuestamente elevan nuestro status, nos sentimos desvalorizados.

En fin, vivimos en una sociedad capitalista en la cual nadie tiene valor por el simple  hecho de ser una persona. Vean a los mendigos y a los que viven en la calle, ¿quién les da valor?

Para la idolatría del mercado lo que tiene valor es el producto, el fetiche denunciado por Marx. La persona sólo tiene valor si se presenta revestida de productos valorados por el mercado. O sea, el sujeto se vuelve objeto, y el objeto, sujeto.

He ahí la inversión total que favorece la depresión, el suicidio y la dependencia química. En este reino del dios mercado, en el que unos pocos son los escogidos y muchos los excluidos, la felicidad es un bien escaso y difícil de ser alcanzado, hasta por el hecho de ser no mercantilizable.

¿Quién ofrece en el mercado aquello que más ansiamos, la felicidad? El mercado trata de engañarnos con la promesa de que la felicidad es el resultado de la suma de placeres.

Quien es feliz sabe muy bien que la felicidad es un estado de espíritu, una sabiduría de vida, una levedad del corazón, una cuestión de contenido y no de forma, que plenifica, eleva nuestro bienestar espiritual y nos hace sumergir en el océano de la amorosidad.

Para conseguirla es necesario nacer de nuevo, hacerse nuevo en el Año Nuevo, e intentar reducir la distancia entre los buenos propósitos y la práctica cotidiana viciada por factores que nos apartan de ella.

Feliz Año Nuevo, mis queridos (as) lectores (as).

Nota: Tendremos un nuevo año corto para los que inician la rutina después del carnaval. Serán normales marzo, abril y mayo. En junio y julio la Copa del Mundo de Fútbol. En agosto, setiembre y octubre las elecciones. En noviembre a desempacar los adornos de la Navidad, y luego la Navidad y el Nuevo Año…

Frei Betto
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