Hasta la Victoria, Bebe, y sin miedo a que se nos llame “sensibleros” o “demagogos”…

Mudo, sin consuelo y con muchísima bronca, no iré al Cementerio de La Teja

Por más que uno tenga claro que para humanizar nuestras vidas habrá que cortar de raíz las pautas éticas y las condiciones materiales de la existencia que rigen el relacionamiento social en el brutal mundo capitalista; por más que sepamos que nada de lo que nos rodea en materia de vida social, deja de estar regido por el afán de lucro mercantilista más ruin, hay cosas que te dejan mudo y sin consuelo –y con una bronca impresionante– al menos en una ciudad que pretende estar gobernada por quienes se autoproclaman “progresistas” y dicen que viven pensando en el bienestar de la gente, aunque la revolución socialista ya les resulte un caprichito “utópico” de imberbes aventureros del siglo pasado…

La prensa de hoy –27 de abril del año 13 del súper digitalizado siglo XXI–, escuetamente, como un parte poli-cial más de la cotidiana, frívola y morbosa “crónica roja”, nos dice que en las últimas horas, una mujer de unos 60 años, falleció trágicamente al caer al vacío desde la entrada a un ascensor descompuesto, sin cabina o con ella en otro piso, cuyo estado “en reparación” estaba anunciado por un simple cartelito “avisando” del asunto (¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡!!!!!!!!!!)…

Ocurrió en un local de la Defensoría del Juzgado de Familia sito en avenida Uruguay y Río Branco de Montevi-deo, en pleno centro de una ciudad capital llena de chiches y luminarias mediáticas que se esfuerzan por hacernos creer que vivimos en América LaPobre, pero que somos, sin embargo, un país del “primer mundo” (¡vaya “progreso”!!!).

Ocurrió en un local perteneciente al bendito “poder judicial”, este muy “independiente” poder burgués gobernado por cinco monarcas ejecutores de magistradas y magistrados con dignidad, que, por más claro que, eventualmente, tuviesen también de qué modo podremos humanizar definitivamente nuestras vidas, aspiran a que ellas al menos no estén dominadas por la mentira y la impunidad que cobijan a las asesinas y los asesinos del sistema, que no son pocos ni están todos uniformados ni todos fueron tristísimos protagonistas del último “proceso cívico-militar” que habría que ver si ha concluido mismo.

Se me dirá “¿qué puede asombrarte viendo a diario las múltiples formas de la lepra capitalista?”… Y es razonable, pero hay cosas que sintetizan en un instante y condenan para siempre, la miseria moral de una sociedad que no parece dispuesta todavía a agarrar el toro por las guampas y clavarle el hocico en el polvo de la más merecida y terminante de las derrotas que se puedan merecer los que se pasan por el traste lo humano hasta en sus expresiones más elementales.

Es cierto, no estamos en los EE.UU. de Norteamérica de mediados del siglo XX, donde la pretensión de que una mujer negra le cediera el asiento del ómnibus a un blanco, con su legítima y bienaventurada negativa, fue el embrión fecundo de una descomunal movilización de la colectividad “afrodescendiente”, que no hizo la revolución, pero sí obligó al mismo amo imperialista que se sigue llevando el mundo por delante, a reconocer que hay efectivamente otro mundo “posible”, y que ese mundo “está en este” y será levantado desde las ruinas de esta podredumbre defendida por bochincheras murallas de papel que se sostienen en los pilares de la alcahuetería y una politiquería nauseabunda y rastrera.

Tómese esta notita, al fin de cuentas, como una especie de catarsis idealista e “imberbe” en vísperas del vigé-simo cuarto aniversario de la muerte de Raúl Sendic Antonaccio, pero mañana, domingo fecha de estos 24 años sin “El Bebe”, en lugar de irme al Cementerio de La Teja, trataré de irme al encuentro de los hijos, los nietos y los vecinos de esta mujer de 60 y pico, asesinada en un local de la “suprema corte de justicia”, de la que ni siquiera sé su nombre, al menos para ayudarles a sentir que hay mucha gente que sentimos que esto es también otro crimen imperdonable de la misma clase latifundista y ladrona a la que Sendic no dejó de combatir un solo segundo, aun cuando el único fusil que le iba quedando era el de la palabra y su munición, la razón y los sentimientos, la sencilla razón y los sencillos sentimientos de los humildes pero no vencidos de esta tierra y de todos los siglos de opresión y escarnio ya sufridos.

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