Caleidoscopio

Caminos polvorientos

¿Por que decís que estoy triste, por estas lágrimas mentirosas? No ves que es el viento que trae consigo ese polvo amarillento, que cubre el recuerdo de viejas fotos y que remolineando, se empecina en meterse en mis ojos para hacerme llorar.

Me pasa lo mismo con el humo de las cocinas a leña, que sé, que aún existen, con ese maravilloso olor a humilde y a conversación como antes…

Mis pupilas son cómplices de estos labios apretados que no sueltan una verdad porque saben que no la hay. Solo saben de la realidad, la han visto golpear puerta tras puerta y al abrirle, se mete de distintas maneras según su ánimo. A veces pasa inadvertida, que triste y otras tan dominante que es capaz de cambiar todo sin medir consecuencias.

Por eso quizás parezca que lloro, porque me di de nariz contra el espejo de la indiferencia, que oculta en su cristal azogado lo mejor y lo peor del alma, más allá de lo que vemos todos los días, nuestra propia imagen de mentira. Hoy me di de cara con la vida, con esa vida que abandoné siendo muy pequeño.

Hoy me di de cara en un almacén de barrio, como los de aquellos barrios de tosca polvorienta y paraísos sombríos, que nos amparaban para no dormir la siesta. Despiertos soñábamos panza arriba, sin más límites que el propio cielo, donde todo se podía.

Hoy me di de cara con las palabras de aquel niño al escucharlo decir:

-“dice mamá si no le fía 8 pesos de aceite y una cebolla”.

Hoy me di de cara con mis palabras de poeta sin moño, de creído escritor de luna y mares, de cielos y oportunidades.

Hoy me hundí en esos 200 mililitros de aceite que gota a gota vi caer, custodiando que no fuera menos porque todo valía demasiado, como esa cuenta de dolor. Ahogué en él para que no vuelvan a formar parte de mi ser, muchas palabras; como arrogancia, envidia, disconformidad y trate de rescatar humildad, sencillez y agradecimiento.

En el espeso y turbio líquido vi mezclado presente, pasado y parte de mi efímero futuro. A mis amigos corriendo a mi lado y a mis viejos ajenos a mi necesidad de crecer. Vi en un segundo todo lo malo, que no quise ver por tantos años pero que también forma parte de mi existencia. Era todo tan cercano que estaba convencido que volvía a vivirlo.

Empapado de mutua realidad, quise pagar lo que el niño llevaba y darle más. Explicarle que todo pasaría y mejoraría, que yo también muchas veces pedí menos aceite que él y… ¡Qué impotencia!!!

Impotencia cruel y profunda, que me dejó mudo, con la mirada fija en la delgada figura del niño que se marchaba. En él me vi reflejado, con mis ocho años, de boina caída, pateando piedritas en el camino polvoriento, que hoy ves que su recuerdo junto al viento quizás sea el que me hace llorar. Será el momento, serán los años, no sé. Lo cierto es que cuando pagué lo que innecesariamente fui a buscar en aquel almacén, comprobé que fue el chocolate más amargo que probé en mi vida.

Rudy Zabala
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