El punto P

Sobre la emancipación femenina

Obra de Carolee Scheemann, feminista pionera en los ’60. Detalle.

El feminismo nos dice supone la lucha teórico-práctica por la emancipación de la mujer, acceder al sistema de privilegios (poder, riqueza, conocimiento y prestigio) históricamente negado, prohibido y claro está monopolizado por los varones, quienes se consolidaron como sus detentores. También nos dice el feminismo que no persigue el poder, persigue la igualdad, pero en una sociedad organizada en torno a la diferenciación, el conflicto y la antagonía, se prensentan dificultades al intentar reconciliar aquello definido como irreconciliable, como asimismo hacer convergentes valores socialmente opuestos.

Los valores de la feminidad definidos por los hombres en una organización social patriarcal, se oponen al modelo de masculinidad también definido por ellos, las mujeres aún no han construido un sistema de valores, criterios y consideraciones desde si mismas, pues el modelo emancipatorio se construye a partir del varón, en oposición a este, y en oposición al modelo de feminidad definido por ellos, continuamos sin pensarnos desde nosotras mismas, seguimos construyendo una emancipación desde el otro, ajeno a nosotras, como contraposición.

Por esta razón, la emancipación femenina se ha constituido a partir del préstamo de los valores masculinos, su apropiación y reproducción por parte de las mujeres, quienes se consideran emancipadas pero solo se han adherido más a la ideología opresora.

En este contexto, la emancipación de las mujeres consiste cada día más en reproducir las prácticas y concepciones de los hombres, sus valores, sus mecanismos de dominación, es decir, la emancipación femenina se presenta entonces como la masculinización de la mujer, desde donde se intenta rechazar categóricamente aquellos elementos históricamente atribuidos como propios de la feminidad, inclusive discriminando aquellas mujeres que no han logrado emanciparse, y las cuales se les considera aún alienadas a un modelo de feminidad impuesto por el patriarcado.

Además, parece tener cada vez más sentido que incluso los mecanismos de resistencia han sido socializados por los hombres detentores del poder, nos dicen cómo ejercer la resistencia, la crítica y la oposición; las mujeres emancipadas no se constituyen como verdaderas mujeres en oposición de aquellas “falsas mujeres” construidas y moldeadas por el hombre, por el contrario la identidad de la mujer emancipada se debate dentro de la indefinición, no son mujeres, tampoco hombres.

¿Qué es entonces una mujer emancipada? ¿Está realmente emancipada quien reproduce los esquemas de su opresor? ¿Está realmente liberada quien adopta los patrones de su carcelero? ¿El asumir las prácticas y criterios masculinos no supone la continuidad de la dependencia? ¿Realmente hemos superado nuestra sujeción? ¿O puede concebirse como una misoginia solapada? ¿Es decir, odiamos la feminidad que ha sido construida para nosotras? ¿Es posible desarticularla creando una feminidad masculinizada?

Es por ello que la construcción de la igualdad desde espacios de diferencia, necesariamente habrá de suponer un progresivo proceso de desarticulación de la feminidad y la masculinidad hegemónica, la construcción de una feminidad desde lo femenino, desde las mujeres, como así mismo la redefinición de los mecanismos de resistencia.

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